Piqueteras y escandalosas, ellas empujan sin descanso por el pasillo flexible de la garganta, mientras la voluntad las sujeta intentando disimular el botín. Una astuta y solitaria gota descubre que puede deslizarse desde los ojos, limpiamente, y pasa por la comisura de los labios dejando un rastro salado a su paso. Ella logró escapar tomando la identidad de lágrima y sugiriendo a sus hermanas, que aún luchan por pasar el nudo de la garganta, que sigan su ruta.
Una tras otra, empiezan a agolparse detrás de párpados. Cuanto más lucha la voluntad por contener la huida, más se acumulan debajo de los ojos, enrojeciéndolos en el esfuerzo.
La respiración acude a contener la avalancha húmeda que parece crecer rápidamente, trata de poner calma y de empujar hacia el interior a las rebeldes.
La situación parece volver a la normalidad mientras un pañuelo de papel atrapa a la prófuga. Sin embargo, bastó una sola palabra para que la emoción arremetiera y derribara todas las medidas de seguridad que cubrían la vulnerabilidad del corazón herido.
Una sola palabra derritió las facciones endurecidas y destrabó el entrecejo que tanto tiempo había permanecido arrugado.
Una sola palabra saliendo de la boca correcta: Perdón.
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