Bienvenido a mi Rincón Literario

Quisiera expresar con palabras mágicas para mostrar el mundo que conocí a través de las maravillosas páginas de un libro. Páginas que me llevan a la risa y al llanto, que me hacen recorrer paisajes que nunca vería en otra realidad; páginas donde los personajes nunca mueren, quedan presentes y reviven cada vez que abrimos el libro. Páginas que pueden hacernos soñar con los ojos perdidos en ese mundo extraordinario.

Quisiera expresarlo pero esas palabras no existen, no se puede describir lo que leyendo podemos vivir”.


Ely Kraus

Cuatrocientos



Cuatrocientos centímetros, una distancia amplificada por el silencio. De reojo, las miradas cómplices en un pacto de rencor, hablaban más que todos los discursos del planeta y se podía leer en ellos el temor de aceptar la derrota.
Cada vez que él se atrevía a dar la espalda, los ojos de ella se enternecían de manera tal que parecían humedecerse más de lo habitual. Las sienes se distendían y el cuello se permitía un descanso sobre sus hombros, los que lentamente descendían para que el doliente corazón pudiera sentir el ardor del amor pleno. En esos instantes, una sola idea acudía a su mente, una sola palabra que la aterrorizaba pero que intentaba liberarse y convertirse en un grito: “Perdón”.
Él podía verla aunque sus ojos estuvieran perdidos en algún punto del horizonte, él sabía porque la sentía y conocía su respiración. Sus manos contraídas se esforzaban por mantener su control intacto, sin embargo, la presión era tan grande como la decisión de no ceder.
Ella escondió su mirada en la imagen que salía de la pantalla del televisor, tratando de conectar su mente con aquellas proyecciones inconexas que buscaban borrar de los pensamientos la palabra recurrente.
Un potencial buen consejo habría tratado de convencerla de que dejara su orgullo de lado y escuchara a su corazón. Ella lo sabía tácitamente pero no quería mostrarse vulnerable.
Él miró sobre su hombro a la pantalla, asegurándose de incluir en su campo visual a la razón de su desdicha. No podía ser infiel a la situación y no quería mostrar su sensibilidad a flor de piel.
Los cuatrocientos centímetros se llenaron de hielo y una nube de humo se interpuso entre ellos; era la ceniza de aquel fuego que los estaba carcomiendo silenciosamente.
El indiscreto timbre del teléfono redirigió la atención por unos segundos; amenazante retumbaba cual tambor de guerra que anunciaba un certero disparo al corazón de quien atendiera, para voltear el muro de silencio que estaba secando sus insensibles gargantas.
Una y otra vez, el sonido familiar parecía haber aumentado su volumen. La cobardía, o quizás, la certeza misma de la derrota obligó un intercambio visual que no estaba pactado en ese código de guerra, y los corazones se quebraron; ella, en un llanto contenido y liberador; él, en un abrazo purificador donde depositó toda su energía. Sin embargo, solamente la fusión de sus pechos abrieron los cofres donde se guardaban tres poderosas palabras; del de ella se escuchó “perdón”; del de él, “te amo”.
Ellos comprendieron que ambos conceptos van siempre juntos porque, sólo unidos, tienen sentido. En ese mismo instante crecieron porque la maravilla del amor es que, cuando es pleno, nos transforma y nos hace mejores.
Cuatrocientos centímetros de orgullo quedaron detrás, ignorados, olvidados y reemplazados por dos cuerpos emanantes de verdadero amor.

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